¿A qué se debe, Sr. Presidente?
Es la pregunta que muchos nos hacemos para entender por qué en una circunstancia como la actual, el Presidente Kuczynski decidió consagrar al Perú al Corazón de Jesús. Tal como lo señala Wilfredo Ardito en nota RP 630, esto no solo fue un acto fallido del Presidente Leguía, hace casi un siglo, sino que se dio cuando apenas el Estado había reconocido a las otras religiones, superando así la supremacía católica.
Es difícil de creer que sean las convicciones religiosas las que han movido al Presidente; pero aun cuando éstas sean el motivo, habría que preguntarse qué implica para el País “consagrarlo” a un símbolo religioso de pertenencia católica. Resulta muy difícil, hoy en pleno siglo 21, cuando casi todos los Estados ven en la laicidad una condición básica de democracia, asimilar este tipo de actos, ya que, hoy, peruanos y peruanas somos “consagrados”, sin importar que esto incluya a evangélicos, cristianos, judíos, agnósticos/os, ateos/as y cuanta persona tenga, como premisa común, la libertad de conciencia.
Difícil también de entender el “perdón” que ha pedido y que varios/as ya le han contestado, dejando en claro que en su perdón no les incluya. En efecto, su perdón por no sé qué pecados cometidos, también nos desconcierta, cuando hay más bien tanta necesidad no sólo de perdón, sino de justicia que se está demandando a la Jerarquía Católica y que son de dominio público y que ya les ha ido cobrando algunos costos que han puesto en cuestión la idoneidad de algunos de sus líderes. Por último, la figura del pecado solo tiene sentido para las personas que lo asimilan dentro de su religión o creencia.
Esto nos coloca en razonable sospecha que no sería la irrupción de fe del Presidente (asunto que además debería quedarse en el ámbito privado de su conciencia), sino, ciertas cuotas de negociación que está haciendo para congraciarse con sus contrarios. Esto mismo estaría pasando en el plano del Congreso, pues por congraciarse con la bancada mayoritaria y congresistas extremistas religiosos, estaría sacrificando a su propia bancada y lo que hasta ahora podemos ver es cada vez un conservadurismo más empoderado, al punto de llamarle la atención, pidiéndole que haga su “chamba”.
Lo que el Presidente tiene que saber, es que medidas de este tipo no son nada baratas para el país, pues lejos de ser simbólicas, tienen un costo enorme en sociedades que procuran alcanzar estándares de igualdad, no discriminación y de inclusión. Pues para nadie es una novedad que lo que está detrás de tal “consagración”, es el ataque artero a los temas en los que poco hemos avanzado, como, por ejemplo, a lo intolerable que resulta negarse a que las familias conformadas por personas del mismo sexo, sean legalmente constituidas; que el acceso al aborto legal y seguro sea un derecho de las mujeres; y que las adolescentes y las personas solteras tengan derecho a decidir si tienen relaciones sexuales y a tener acceso a métodos anticonceptivos.
El Señor Presidente, cuyas hijas viven en países que no se consagran, que gozan seguramente de muchas libertades, no tiene ningún derecho a “consagrarnos”, cuando él prometió en su campaña garantizar una agenda de libertades elementales. Que él crea que así gana popularidad, de seguro que es todo lo contrario. Lo mejor sería para él, y por ende para el país, no someterse a estrategias nocivas que no solo comprometen los derechos humanos de muchos, sino que solapa la corrupción y el daño que ha hecho la Jerarquía Católica, solo por, supuestamente, aumentar popularidad y allí si sería interesante preguntarse: ¿Qué otros Morenos siguen asesorando al Presidente?.
Susana Chávez, directora de Promsex
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