8 de marzo, día de acción y no de celebración
Al igual que muchas otras mujeres que han escrito en alusión a estas fechas, el 8 de marzo no es precisamente para celebrar, sino para llamar la atención de la vulnerabilidad que aún implica ser mujer en el Perú. Así lo señala cualquier indicador que uno quisiera revisar, ya sea en datos referido solo a mujeres como es el caso de la mortalidad materna, comparado con lo que otros países han logrado, o cuando estos se comparan por sexo, como por ejemplo, el ingreso promedio o las horas ocupadas. En todos estos, hay una evidente desventaja que afecta de manera particular a las mujeres peruanas, más aún si estos datos se interseccionan con otras condiciones de desigualdad como pobreza, etnia, edad, etc.
Nadie duda que las condiciones de la mujer en los últimos 50 años ha variado de manera significativa y hoy efectivamente muchas mujeres gozamos de autonomía, que nos da cierto control de nuestras vidas. Sin embargo, es preciso recordar que esos cambios no se han dado de manera espontánea, sino de un esfuerzo constante proveniente de las propias mujeres y del aporte global, establecido en compromisos internacionales de derechos humanos, que han puesto su atención en la desigualdad de género y han hecho inaceptable brechas que no tienen mayor explicación que la injusta y arbitraria designación de roles y atributos que se establece solo por el hecho de nacer hombres o mujeres.
Por eso no deja de sorprender ciertas contracorrientes, que más de resistencia esperada por los cambios que esto conlleva debido a la pérdida de privilegios y de ciertas concepciones estereotipadas, sean más bien el de un retroceso ultramontano. Hace poco tuvimos por ejemplo al representante de la CONFIEP, quejándose de que el Perú hubiese una ley que reconozca la igualdad de salarios para hombres y mujeres, cuando para èl, el problema estaba en las propias mujeres quienes elegían ganar menos, porque quieren estar más tiempo en casa y tener hijos. Sin más mínimo análisis y diría yo, sin la mínima vergüenza al no admitir como a pesar de los esfuerzos de las mujeres realizan por alcanzar mayores niveles de titulación que sus pares hombres, esto no ha redundado precisamente ni en una mejor posición, ni mejoras salariales para las mujeres.
Lo mismo ocurre en la clase política, donde una presidenta de la Comisión de la Mujer señalaba que son las mujeres causantes de la violencia por provocar a un agresor “sano” u otra, haciendo gala de una escasa compresión señalaba que las políticas de género permitirán que la gente “se case con una computadora”. Estas frases extremas que no debe hacernos perder de vista, otras tal vez menos altisonantes pero igual de prejuiciosas y estigmatizadoras, dichas por parlamentarios hombres cuando dicen que el rol natural y principal de las mujeres es solo traer hijos al mundo, cuyo valor tiene que ser privilegiado y muy por encima de lo que propias mujeres quieren para su vida.
Lo lamentable es que no estamos precisamente ante opiniones aisladas. Estamos sobre todo ante una corriente mucho más compleja y de profundo retroceso, fuertemente influenciada por corriente neoconservadora donde los sectores religiosos vienen ganado. Estamos también frente a la precariedad de partidos políticos que apelan al populismo extremo de los valores familiares, la disciplina y el supuesto orden que da tener a las mujeres en su casa y de mantener reservas en el reconocimiento de sus derechos sexuales y reproductivos y sobre todo, en hacer de las mujeres, sujeto de control y activas replicadoras de un modelo que necesita de las desigualdades de género para hacer congruente el modelo neoliberal que hasta ahora se mantiene implacable y que muy pocos están dispuestos a discutir e interpelar.
De allí que el nuevo debate de la sociedad, tal vez no sea de derechas e izquierdas, especialmente cuando una gran mayoría, no se ve así mismo en esos extremos, sino de progresistas y conservadores y sería imposible definirse como progresista, si es que no se tiene una clara postura de como llevar al terreno de lo práctico y medible, la igualdad de género. Pues, declaraciones hay bastantes, algunas hasta rimbombantes y cansonas, por lo vacías que estas resultan y que suelen repetirse en esta fecha. Por eso, más que celebraciones, hoy necesitamos saber que es lo que efectivamente se ha hecho y que se propone hacer, no solo para igualar las condiciones entre mujeres y hombres, sino para lo que es importante, avanzar en la verdadera igualdad de oportunidades para las mujeres.
Artículo tomado del portal otramirada.pe