Muertes que no importan
En el mes de lucha contra la violencia hacia las mujeres el Perú se tiñó de muerte. Lo escabroso y desgarrador del machismo nos tocó y se llevó la vida de 19 mujeres en menos de un mes; mujeres muertas a manos de sus parejas, ex parejas, padres de los hijos, novios, ex novios, otra persona con la que tuvo algún tipo de relación amical, sentimental o algún desconocido que se sintió en el derecho de quitársela.
En el Perú año tras año se asesinan a cientos de mujeres por el sólo hecho de serlo. En lo que va de este año el Ministerio de la Mujer ha reportado que 119 mujeres han sido víctimas de feminicidio y 136 en grado de tentativa; es decir, con clara intención de arrebatarles la vida. Pero ¿qué significa ser mujer en esta sociedad? Ser mujer en esta sociedad es símbolo de propiedad, terreno, objeto; por ello no sorprende que cuando las mujeres deciden terminar una relación ello produzca «tal efecto» en el opresor que desencadena una serie de actos para acallar su libertad.
Las 119 mujeres víctimas de feminicidio han muerto a causa de la discriminación por género cuya herramienta de afirmación es la violencia. La violencia de género, expresada en golpes, humillaciones, violaciones sexuales y los feminicidios son acontecimientos continuos y no aislados, son sucesos cumbres de toda una historia de relaciones en las que media la violencia como mecanismo de perpetuación del sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres, que no obedecen a patologías, hechos de locura o perfiles psiquiátricos – como la prensa quiere hacernos creer – sino es el límite de la acción patriarcal que va del abuso brutal a la anulación de las mujeres.
Basta observar los principales presuntos motivos de los feminicidios, todas situaciones relacionadas a negaciones y resistencias que tienen que ver directamente con la afirmación de la autonomía y las decisiones de las mujeres:
(40.5%), resistirse a continuar una relación de pareja (20.2%), resistirse a regresar con la ex pareja (10.1%), supuesta infidelidad de la víctima (4.5%), la víctima inició nueva relación (3.4%), negarse a tener relaciones sexuales (3.4%) y más.
Sobre el tema, resulta necesario hacer una reflexión, la violencia hacia las mujeres no se inicia en el agresor, violador o feminicida y tampoco termina en las sentencias – si se tiene suerte –, en «noticias narradas» en los medios de comunicación o en la intervención puntual del Ministerio de la Mujer, pues políticas efectivas contra la violencia no existen; empieza en una sociedad contemplativamente machista que se rehúsa a transformarse y se niega a dar el salto paradigmático a una democracia real, una democracia en la que las mujeres seamos realmente libres; todo lo contrario, se sigue reinventando machista con completa creatividad, sigue empleando la violencia para afirmar y mantener su poderío. Y lo peor es que esta violencia, hasta el momento, no tiene fin.
La pregunta es ¿qué hace el Estado? Para ser justas, diremos que poco. El Estado hace muy poco para lo que verdaderamente se necesita. No contamos con políticas efectivas de prevención, no se educa en derechos e igualdad, la justicia sigue siendo una utopía y la mayoría de servicios sólo están direccionados a la atención de la víctima – en el mejor de los casos – al acompañamiento legal.
Y frente a todas las omisiones, el patriarcado sigue constante, pero las mujeres hemos cambiado – quizá no todas – , pero no somos las mismas, y hemos luchado por ese cambio, tenemos más derechos, en mayor o menor medida, sabemos que es posible vivir de formas distintas y en libertad, que si queremos podemos romper relaciones que no deseamos; tenemos el divorcio como derecho ganado y cada vez recurrimos más a él; somos más las que nos atrevemos a denunciar – aunque la justicia aún no tenga respuesta para nosotras – , somos más las que decimos ¡basta!, quienes no sentimos vergüenza al denunciar y hacer público a algún agresor, somos más quienes no sentimos culpa al abortar y nos rehusamos a aceptar una maternidad impuesta a través de la criminalización del aborto que es una arista más de cómo el Estado es el principal violentador de nuestros cuerpos y nuestras vidas. Somos cada vez más quienes respondemos ante el golpe, los insultos y el acoso callejero. Somos más quienes contamos con nuestros recursos económicos y hemos roto, de alguna manera, con la dependencia económica, aunque el trabajo doméstico siga sin ser remunerado.
La diferencia con nuestras abuelas es, y con seguridad lo digo, saber que existen cada vez más posibilidades de vida fuera de la violencia machista. Que somos más quienes ejercemos nuestra autonomía y somos más quienes aspiramos a ejercerla por completo, sin treguas, sin miedo. Sin embargo, ejercer nuestra autonomía en una sociedad misógina y patriarcal nos cuesta sueños, tranquilidad, salud, libertad y nuestra vida.
La lucha por la libertad de las mujeres y la erradicación de la violencia es en definitiva una apuesta por la vida de las mujeres; una apuesta que debería sacarnos de la contemplación y la «nota roja»; una apuesta que debería empujarnos a tomar acciones para transformar este medio tan injusto para más de la mitad de personas de este país.
Fuente: SpacioLibre
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