Violencia y desigualdad de género en la ruta del bicentenario
En 1822 el general don José de San Martín, a través de un decreto, señaló que el sexo femenino, había sido tratado con negligencia por el gobierno español, pero fue Simón Bolívar en 1825, el que estableció el primer colegio de educandas en el Cusco y el Gineceo de Lima, aunque sin presupuesto. Ad portas del bicentenario, las deudas con las mujeres persisten. Esta vez no se trata del conquistador, la deudora principal es la república.
Este 28 de julio, una vez más el presidente de la república se ha referido al drama de la violencia que enfrentamos millones de mujeres peruanas, donde un 57% entre los 15 y 49 años declara sufrir violencia a manos de su esposo o compañero, alguna vez en su vida; y el 38.3% lo ha sufrido en los últimos doce meses. Destaca la violencia psicológica y/o verbal (52,8%); la violencia física (29,5%), y finalmente, la violencia sexual (7,1%), que es un acto de coacción hacia una mujer para que realice actos sexuales que ella no aprueba u obligarla a tener relaciones sexuales (ENDES, 2019).
Ha dicho que creará 20 Centros de Emergencia Mujer Comisaría (CEM), con lo cual alcanzaría los 416 a nivel nacional. Eso está muy bien, pero la lucha contra la violencia hacia las mujeres no puede quedar circunscrita a la atención. Servicios como los CEM son necesarios, pero nunca serán suficientes. No sirve de mucho implementar servicios para atender a las víctimas, cuando el mundo en el que transcurre la vida nos adoctrina para la subvaloración y subordinación en la que vivimos las mujeres y los sujetos femeninos, en una sociedad con altos índices de tolerancia social hacia estas violencias.
En el 2019, un 52,7% de mujeres y hombres peruanos están de acuerdo con la afirmación que una “mujer debe cumplir su rol de madre y esposa, después sus sueños”, un 34,9% con que “la mujer no puede tomar decisiones sin el permiso de su esposo o pareja”, y un 20,4% con que “aunque haya maltrato, una mujer siempre debe estar con su esposo o pareja”, entre otras más que alimentan el índice de tolerancia social de violencia contra la mujer hasta alcanzar el 58,9% y, que lejos de disminuir aumenta (ENARES, 2019).
Índice de tolerancia social con relación a la violencia contra la mujer
2013 | 2015 | 2019 (*) | |
Tolerancia hacia la violencia contra las mujeres | 52,1% | 54,8% | 58,9% |
(*) El cálculo de los Indicadores para 2019 ha variado, por modificaciones metodológicas, no son estrictamente comparables.
Un estudio transversal que recoge información sobre tasas de feminicidio por cada 100,000 mujeres de 14 países de América latina encontró que, cuanto mayor es la participación de las mujeres en el parlamento nacional y en la fuerza laboral generando sus ingresos, es significativamente previsible que la tasa de feminicidio disminuya (Saccomano, 2017). Es decir, que contrariamente a lo que viene ocurriendo en el Perú, a medida que las normas tradicionales de género que propician y toleran la violencia se vuelven más igualitarias, la violencia de género también disminuirá.
Se parte del supuesto que las sociedades con mayores niveles de desigualdad o brechas de género son terreno fértil para que prospere la violencia contra las mujeres, en tanto que estas carecen de poder como sujetos autónomos y grupo social. Cuando las mujeres realizan trabajo remunerado observarán que hay una brecha salarial respecto a sus pares varones, que no es que estén bien pagados, pero nosotras estamos peor; ubicadas mayormente en el sector informal o de servicios donde campea la precariedad laboral y la cultura del emprendedurismo que normaliza las desigualdades sociales y responsabiliza individualmente por los fracasos, a la que se suman largas jornadas de trabajo doméstico no remunerado fundamental para la reproducción económica y el bienestar de toda la sociedad.
Son ellas quienes ocupan territorios y viviendas precarias, esas que el huayco se lleva un año sí y otro también, y que no podrán formalizar así COFOPRI entregue un millón de títulos; si se movilizan en transporte público serán acosadas y sus cuerpos tocados, no una, sino muchas veces; si conducen un auto, un concierto de voces y bocinas las mandarán a la cocina; si eres niña y lograste ir a la escuela es altamente probable que interrumpas tu trayectoria educativa por un embarazo precoz o forzado, producto de una violación sexual y la falta de acceso a la anticoncepción oral de emergencia o a un aborto terapéutico; pero si tienes condiciones de líder, eso es lo más peligroso, tu maestra llamará a tus padres y les dirá “es una niña problemática, hay que moderarla o le irá mal en la vida”.
Desigualdades y deudas históricas que la pandemia ha hecho más evidentes y que, al igual que la anunciada reactivación económica, ya sea con Arranca Perú o con Trabaja Perú, no alcanzarán a las mujeres, pues las obras de construcción y mantenimiento de vías nacionales y vecinales casi no emplean mano de obra femenina, salvo para las paletitas del “pare” y “siga”; así como los anuncios de las políticas públicas que legará, pero sin implementar lo que ya se aprobó para la igualdad de género y urge, como el Sistema Nacional de Cuidados y la redefinición de la división sexual del trabajo. Y aunque el presidente hable de saldar las deudas históricas con miles de peruanos, esta no la ve.
Artículo publicado originalmente en la Revista Ideele el 04.08.2020.