«Durmiendo con el enemigo», por Beatriz Navarro
La violencia presenta un abominable patrón de género. Mientras que los hombres son usualmente atacados por un desconocido, las mujeres «duermen con el enemigo,» siendo objeto de violencia por parte sus maridos, parejas o familiares cercanos. América Latina ha sido consciente de este terrible escenario durante al menos una década. En 1994, los países latinoamericanos firmaron la Convención de Belém do Pará, lo que demuestra el compromiso de la región para combatir la violencia contra la mujer. Lamentablemente, este fenómeno persiste hasta nuestros días, de hecho, se ha generalizado a tal grado que actualmente representa una de las manifestaciones de violencia más imperantes en toda América Latina y el Caribe. Erradicar la violencia de género y promover la dignidad entre los seres humanos es una causa que no necesita de justificación económica ulterior. Más aun, la Organización Mundial de la Salud ha enfatizado que la violencia doméstica es uno de los mayores retos en términos de salud pública. Sin embargo, la verdad es que, efectivamente, existe un grave costo en términos de resultados intangibles relacionados con la violencia de género, que no sólo a afecta directamente a las mujeres sino a toda la sociedad y por varias generaciones.
Utilizando una muestra de casi 83,000 mujeres en siete países – con diferente nivel de ingreso y en varias subregiones de América Latina y el Caribe– el estudio «Estimaciones causales de los costos intangibles de la violencia contra las mujeres en América Latina y el Caribe» por Jorge Agüero (Causal Estimates of the Intangible Costs of Violence against Women in Latin America and the Caribbean) demuestra que la violencia física crea substanciales externalidades negativas: afecta la salud a corto plazo de los hijos de mujeres que han sido víctimas de violencia. La evidencia sugiere que la violencia intrafamiliar tiene efectos directos sobre la mortalidad y la morbilidad infantil, desnutrición y enfermedades diarréicas. De hecho, los hijos de madres que han sufrido violencia doméstica han demostrado tener una estatura más baja en comparación con la de los otros niños.
Adicionalmente, existen efectos «intangibles no-letales» en la salud de los infantes a largo plazo. Naturalmente, una mujer que ha sido víctima de violencia doméstica puede tener una limitada capacidad para el debido cuidado de los hijos. Los niños que crecen en hogares donde existe violencia doméstica pueden sufrir problemas emocionales y de conducta. Estos efectos intangibles secundarios deben ser considerados para entender completamente las raíces de una violenta «cultura machista.»
Aunado a lo anterior, parece que nos enfrentamos también a un problema de enfoque académico en los modelos tradicionales, que por lo general, consideran sólo a dos personas -marido y mujer-, en donde uno de ellos ejerce violencia contra el otro. Estos modelos, presuponen la existencia de agentes racionales e información asimétrica, lo cual, no resulta suficiente para explicar a fondo las causas de la violencia intrafamiliar. De acuerdo a estos modelos, existen dos motivaciones principales para el uso de la violencia, ya sea que los hombres tienen preferencias heterogéneas dadas para ejercer violencia o bien, que los hombres tratan de usar la violencia como mecanismo de influencia en la conducta de sus esposas. El problema con este enfoque es que a menudo ignora el impacto directo de la violencia en los niños.
¿Cuál es la causa que motiva a los hombres a la violencia? ¿Puede la violencia contra la mujer transmitirse de generación en generación? Si un cónyuge internalizara el efecto negativo de la violencia en la salud de los niños que son testigos de ella ¿se reduciría la probabilidad de violencia? Probablemente, si este cambio proviene de incentivos externos al marido o la mujer, esta reducción dependerá de la cantidad en la que cada uno valore a sus hijos. Sin embargo, tal como Agüero sugiere en su estudio, este enfoque, aún no está presente en los modelos tradicionales.
Por último, hablar de «machismo» como parte de una cultura implica que es aceptado y promovido por la misma sociedad. Estudios como el de Jorge Agüero arrojan luz y evidencia al argumento de que la violencia de género no debe ser parte de ninguna cultura; no sólo perjudica a las mujeres, sino que perpetúa un ciclo perverso de violencia que va mucho más allá de los hogares e infecta a la sociedad. El enfoque de la lucha contra la violencia de género en América Latina parece estar evolucionando. Esperemos ver en el futuro nuevas y mejores iniciativas en las que los legisladores reconozcan que, como sociedades modernas, es momento de eliminar «la tolerancia cultural» a la violencia, no sólo aquélla contra la mujer sino en todas y cada una de sus manifestaciones.
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