La desigualdad política
Hace poco más de un mes, El Comercio se quejaba por el excesivo foco que últimamente se le pone al tema de la desigualdad (todo esto a raíz de un informe de Oxfam al respecto). Este editorial finalizaba con un llamado a no prestarle tanta atención al asunto. Sin entrar en el debate sobre los problemas que genera una alta desigualdad para un correcto desarrollo económico, quisiera explorar otra línea de cuestionamientos más bien vinculada al sub campo de la economía política. ¿Cuál es el impacto de la desigualdad en el mundo de la política?
Los editorialistas de El Comercio podrán creer que la distribución de recursos económicos no es más que la justa recompensa al buen desempeño de los agentes en el mercado. Sin embargo, existen cada vez más evidencias de que un círculo vicioso se mueve desde los actores económicos hacia el mundo de la política, a través del cual los individuos muy ricos reproducen y amplían sus fortunas.
Como recordaba Eduardo Dargent en su última columna, se puede notar que desde los años 80, los pocos “ganadores del sistema” han llevado a cabo una colonización del mundo de la política, gracias a sus enormes recursos económicos, a través del financiamiento de campañas electorales y del cabildeo. El resultado de esta colonización era un conjunto de zonas grises, de temas con alto impacto en los negocios de actores económicamente muy poderosos, que desaparecen del debate público.
Como señalan Gileans y Page en un artículo publicado el año pasado (Testing Theories of American Politics: Elites, Interest Groups, and Average Citizens), son los sectores más ricos los que han marcado la pauta de las políticas públicas en los últimos 30 años en los Estados Unidos. Contra la idea bastante extendida de que las políticas públicas son el resultado de las preferencias mayoritarias de los electores, estos autores, cifras en mano, demuestran que ello no es necesariamente así. Utilizando una base de datos que mide la influencia sobre el dictado de políticas públicas de distintos sectores sociales, los autores descubren que no son las opiniones de los norteamericanos de clase media o de los ciudadanos pobres las que marcan las políticas, sino que son los pareceres de los individuos más ricos y de los grupos de presión donde estos participan, los que influyen decisivamente en las políticas que se dictan. Si bien los autores sostienen que los Estados Unidos aún poseen una serie de atributos que permiten afirmar que se vive en un régimen democrático (elecciones libres, libertades civiles, etc.), el proceso por el cual se hacen las políticas públicas no permite decir lo mismo, poniendo bajo una seria amenaza el carácter democrático de ese país.
El tema de los efectos políticos de la desigualdad también ha sido abordado por el muy comentado (por lo menos dentro de la ciencia política) libro de Jeffrey Winters, Oligarquía. En este excelente trabajo, Winters afirma que los oligarcas, es decir, aquellos individuos que poseen una inmensa cantidad de recursos económicos, utilizan una porción de estos en desplegar un conjunto de iniciativas, con el objeto de defender sus riquezas. A diferencia del ciudadano común e incluso de aquellas personas ubicadas en el peldaño inferior de los ricos, los muy ricos (que no es el famoso 1%, sino el 0,1% o el 0,01%) pueden desplegar un conjunto de tecnologías para evitar que su riqueza y sus ingresos sean diezmados por otros actores. Para el caso norteamericano, Winters, utilizando cifras de otro autor también bastante conocido en la actualidad, Thomas Pikkety, calcula cómo los más ricos han logrado sistemáticamente deshacer las iniciativas del gobierno norteamericano, orientadas a obtener una mayor porción de sus ingresos, a través de distintas leyes, que son perforadas o modificadas para hacerlas inútiles frente a estos individuos muy ricos.
Como se ve, lejos de ser objeto de cada vez menor interés, los efectos de la desigualdad vienen siendo cada vez más estudiados, quizás muy a pesar del editorialista de El Comercio. Ya no se trata de estudiar solo sus efectos económicos, sino también sus efectos políticos. Los articulistas del Decano podrán retrucar que este uso de los recursos económicos para colonizar la política por diferentes vías no es más que un conjunto de prácticas “mercantilistas”, patológicas, en una sociedad donde el libre mercado impera. Sin embargo, lo que todos estos estudios indican es que, lejos de ser una excepción, estas prácticas se han convertido en la norma. Hoy, los extremadamente ricos no solo ganan dinero a través de sus negocios, sino que, a través de su poder sobre el mundo de la política, logran reproducir esta situación a través del tiempo, poniendo en cuestión esa idea de que la democracia es algo así como el gobierno del pueblo.
Tomado de NoticiasSER
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