No soy homofóbico, pero…
«No soy homofóbico, tengo amigos homosexuales, pero ellos saben que sus cosas deben guardarlas para su casa». «No soy homofóbico, siempre que sus cochinadas las hagan en privado, todo está bien». «No soy homofóbico, pero no me gustan las locas ni el escándalo». «No soy homofóbico, pero nadie debe imponerte algo que no es correcto, y menos pretender legalizarlo».
Vivimos en una sociedad que se escandaliza al ver a dos mujeres besándose, pero no al ver a un hombre golpeando a una mujer o torturando animales. Una sociedad que, irónicamente, censura a dos hombres que caminan de la mano en un parque, pero que permite a sus hijos jugar en el mismo césped que, a mismo tiempo, es utilizado por parejas adolescentes heterosexuales como cuarto de hotel.
Vivimos en un país considerado uno de los más homofóbicos del mundo (en una encuesta realizada a 138 países, donde el primer puesto lo ocupaba el más respetuoso, el nuestro ocupó el lugar número 104); un país donde 13 personas LGTB fueron asesinadas entre abril del 2014 y marzo del 2015 sólo por ser diferentes (Informe Anual sobre DDHH de Personas Trans, Lesbianas, Gays y Bisexuales en el Perú 2014-2015), cifra que no menciona agresiones ni crímenes silenciados por las mismas víctimas o sus familiares, quienes no denuncian por temor a represalias o porque el entorno familiar prefiere esconder su identidad de género.
Vivimos en un país de incoherencias legales, de un profundo quebrantamiento constitucional; un país que excluye a las minorías de las políticas públicas de prevención; un país en donde se impone el odio y la ignorancia, y donde el fanatismo religioso domina los poderes del Estado y se burla de los derechos fundamentales.
Imaginen vivir todos los días recibiendo insultos, golpes, siendo reprimidos y asesinados, sólo por ser diferentes, por mostrarse al mundo en su estado más natural. ¿Pueden imaginar el terror y la incertidumbre de vivir en un país donde no se tiene derecho a nada?
Decirle a una pareja homosexual que no puede caminar de la mano en público es discriminarla; decirle que no puede amar de la misma forma que un heterosexual y formar una familia es condenarlo de por vida. Negarle la justicia a un homosexual es golpearlo hasta dejarlo sin aliento; y negarle el respeto y la libertad de ser él mismo es arrancarle la vida de la forma más cruel.
Los derechos tienen vida en tanto puedan proyectarse hacia el futuro, modificando y ampliándose conforme a las necesidades de la sociedad, permitiendo el surgiendo de nuevos tipos de derechos derivados de los primigenios, y que al derivar de ellos forman parte del sistema de Derechos Humanos.
Los Derechos Humanos, al ser un sistema o conjunto de derechos fundamentales, deben ser reconocidos en su totalidad, para así hacer posible la formación de sociedades democráticas, justas y respetuosas. Es decir, la violación de un derecho en particular atenta contra todo el sistema en sí, convirtiendo a determinados sectores de la población en grupos vulnerables. Uno de ellos está conformado por la población LGTB.
El artículo primero de la Constitución Política del Perú establece que «la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y el Estado»; y el artículo segundo señala que «toda persona tiene derecho a la vida y a la integridad física, psíquica y moral; a la igualdad ante la ley, sin discriminación por motivos de religión, origen, raza, sexo, idioma, opinión, condición económica o de cualquier otra índole». En este sentido, todo acto discriminatorio atenta tanto contra la dignidad de la persona como contra el fin principal de los Derechos Humanos. Por lo tanto, la homofobia, discriminación, represión y el no reconocimiento de derechos que sufren las personas LGTB son actos que violan la normatividad del Estado peruano.
El pasado 17 de mayo fue el Día Mundial contra la Homofobia, y lo que debiera ser una fecha de celebración contra el fin de una opresión resultó ser sólo un sueño y grito reprimido de un sector del país que aún no puede ver la luz de libertad e igualdad.
No por caridad ni compasión, sino por justicia, debemos rechazar el machismo y la homofobia existentes en nuestra sociedad, comenzando por erradicarlos de nuestra vida diaria, personal y familiar, y exigiendo al Estado el cumplimiento y la protección de todos los derechos de todas las personas sin excepción. Sólo así podremos crecer como sociedad. Sólo así festejaremos y gritaremos juntos el fin de la homofobia y el nuevo comienzo de un mundo mejor.
Por mi parte, no soy homofóbica y no tengo ningún pero. Espero que en un futuro tampoco lo tengan los demás.
Tomado de NoticiasSER
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