«Con mi hijo transexual me he dado cuenta de lo que es ser un ciudadano de segunda»
«Los transexuales no son cuerpos equivocados, ni están en el cuerpo de otro. Esas expresiones duelen porque parece que el error está en la persona y no es así: el error está en la interpretación social de esa persona», dice Natalia Aventín.
«Pensar que la transexualidad no aparece hasta los 18 años viene ligado a una cultura adulto-céntrica, donde los niños no tienen derechos y no se les respeta»
«Vivimos dependiendo de la arbitrariedad de los jueces, de su moral, su cultura, sus creencias religiosas…»
Nos encontramos con Natalia Aventín (Benasque, 1973) en la terraza de una cafetería de Benasque (Huesca), en uno de los valles más aislados del Pirineo aragonés. Es un municipio de poco más de 2.000 habitantes, entre los que el hijo de Natalia, un niño trans de 13 años, está completamente integrado. De hecho, este fin de semana, la única preocupación de esta madre es que el chaval no se maree en una excursión para practicar snowboard en Andorra.
Preside la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, que se constituyó en julio de 2013. Un año después, había 30 familias asociadas; ahora, ya son 210. Son la primera familia que ha llevado a los tribunales ordinarios la negativa de un registro civil a modificar el género de un menor transexual. El Tribunal Supremo ha admitido el caso a trámite.
¿Queda mucho por hacer en defensa del colectivo transexual?
España fue pionera al aprobar en 2007 una ley que permite el cambio de los datos en el registro civil. A nivel internacional, es una de las mejores leyes. Aun así, no nos parece válida porque discrimina a las personas y es “patologista”: tienes que demostrar que tienes una enfermedad mental para justificar que quieres cambiar los datos del registro y además, obliga a seguir un tratamiento. Es decir, si eres una persona transexual y no te diagnostican una disforia de género, no tienes derecho a cambiar tus datos en el registro. En realidad, la mayoría de las personas transexuales no tienen disforia, solo se la inventan. En Estados Unidos se demostró al comprobar con un estudio que todas las personas transexuales daban exactamente los mismos patrones. Aquí está ocurriendo lo mismo: los transexuales van a la unidad que corresponda y saben qué tienen que decir al psiquiatra o al endocrino de turno, cómo tienen que ir vestidos y qué preferencias tienen que mostrar para que les hagan el informe que necesitan para acceder al tratamiento médico hormonal.
Dentro del colectivo transexual, los menores aún están más desprotegidos.
Claro, la ley de 2007 excluye expresamente a los menores y a las personas migrantes. Es sorprendente que discrimina precisamente a los más vulnerables. Yo pienso que eso no puede ser constitucional, no tiene sentido.
¿La transexualidad se detecta antes de la mayoría de edad?
Sin duda. Los transexuales no son cuerpos equivocados, ni están en el cuerpo de otro, ¿de quién sería ese cuerpo? Esas expresiones duelen porque parece que el error está en la persona y no es así: el error está en la interpretación social de esa persona. La transexualidad consiste en que a una persona le asignan al nacer un sexo distinto a aquél con el que se identifica. Y se identifica desde muy pronto, desde los dos o tres años, en cuanto empiezan a hablar y a distinguir el masculino del femenino. Cada uno tenemos nuestra identidad desde que nacemos. Yo no me pregunto desde cuándo me siento mujer. Pensar que la transexualidad no aparece hasta los 18 años viene ligado a una cultura adulto-céntrica, donde los niños no tienen derechos y no se les respeta.
¿Qué supone para los menores transexuales que les obliguen a esperar hasta los 18 años para cambiar sus datos registrales?
Es incómodo en todos los sentidos. Cuando los niños viven con su identidad real, su identidad legal no coincide. Por tanto, tienen un carnet de identidad masculino, por ejemplo, y una imagen completamente femenina. Entonces, tienen problemas para ir a buscar un paquete a Correos, para hacerse el abono de transportes, montar en un avión… En los colegios, las personas que tienen el apoyo de las familias suelen vivir con su identidad real, pero a veces nos cuesta mucho convencer a la dirección de los centros. Por ejemplo, conseguir que un niño utilice el baño que quiera puede ser un mundo. Los padres tenemos que estar peleando todos los días: que le admitan en fútbol, en judo, en ballet…
Para la atención sanitaria, tampoco hay instrucciones claras, depende de la comunidad autónoma en la que vivas. Por eso estamos todo el día mendigando: vas a los sitios, expones tu problema y tienes que esperar a que el que tienes delante, sea un juez del registro civil, un médico o un director de colegio, sea receptivo y comprensivo. ¿Es una cuestión de suerte? Siempre digo que con mi hijo me he dado cuenta de lo que es ser un ciudadano de segunda, no todo el mundo tiene los mismos derechos. Por eso, todos los padres nos volvemos activistas, por necesidad, porque tienes que estar todo el día peleando con algo. Incluso cuando no hay resistencias, es una situación que obliga a dar demasiadas explicaciones. Lo verdaderamente fácil sería cambiar los documentos y ya está. Tenemos ya 25 autos favorables de niños con el nombre cambiado, pero no conseguimos que nos cambien el género en el Registro y, por tanto, tampoco en el DNI. Y no es solo para evitar perjuicios; se trata de que es un derecho, son tus datos, tu identidad. ¿Cómo no vas a tener derecho a rectificar un error que ha cometido otro?
¿De qué depende que esos autos sean o no favorables?
Depende del juez. En Sevilla hay uno que se niega completamente, ni se lee nuestros escritos, da igual lo que le pongas. ¿Qué ocurre? Que la gente ya ni lo solicita. Por eso, el porcentaje de solicitudes varía mucho de unos juzgados a otros. Es una lotería, vivimos dependiendo de la arbitrariedad de los jueces, de su moral, su cultura, sus creencias religiosas…
¿Por qué cree que son la única familia que ha acudido a los juzgados ordinarios para reivindicar el cambio de género?
Hay que reservar fuerzas porque, como comentábamos antes, esto desgasta, consume mucha energía. Además, cuesta dinero, hemos tenido que pagar a un abogado y a un procurador. Para solicitar el cambio de nombre en el registro civil con un expediente gubernativo no hace falta procurador ni abogado. En Chrysallis, tenemos un asesor jurídico que prepara estas solicitudes.
¿Qué suelen preguntar las familias que llaman a Chrysallis por primera vez?
Lo primero suele ser preguntar cómo decirlo al entorno social, tenemos mucho miedo a la pérdida del status. Por ejemplo, cómo contarlo a los abuelos, a pesar de que suele ocurrir que se convierten en los grandes aliados: tienen más libertad, escuchan más a los críos, muchas veces son los que les cuidan… Para comunicarlo en el colegio, en Chrysallis tenemos un modelo de mensaje de Whatsapp para enviarlo a los grupos que suelen crearse entre los padres de los compañeros de clase. Contiene información, es muy rápido y permite enviar el mensaje a todos a la vez. Casi siempre, cuando el resto de los padres tienen la información, cambian de actitud y empatizan. Es algo muy concreto, pero para las familias, en ese momento, con el lío que tienen en su cabeza, es difícil ponerse a expresar lo que ocurre en un mensaje de Whatsapp. También tenemos un cuento para explicarlo en las clases. No hay herramientas para los niños transexuales. Las vamos inventando nosotros y las compartimos con el resto de los niños.
¿A las familias les cuesta asumir la transexualidad de los pequeños?
Hay mucha gente que, al principio, quiere contactar con algún profesional, para que alguien certifique que realmente el niño es transexual. Es una forma de intentar justificarlo socialmente, poder decir que lo ha certificado un médico, un psicólogo… En realidad, los hijos son nuestra responsabilidad. Hasta que la familia no asume que la responsabilidad de proteger al menor es suya, no funciona. También hay gente que sufre una pérdida: durante un tiempo prefieren no verlo y en el momento que dan el paso sufren un periodo de duelo, de pérdida de la persona que creían que era su hijo. Si te has empeñado durante dieciséis años en que tu hijo es una niña, aparecen sentimientos de culpa, de tristeza. Desde el momento en el que dicen el sexo del bebé a una embarazada, empezamos a construir expectativas; con el tránsito, hay que deconstruirlas. Cuanto más sexista y más conservadora es la cultura, peor. También tenemos miedo por los críos, qué les pasará cuando lo cuenten, si sufrirán acoso escolar…
¿Y esos miedos son fundados? ¿Suelen aparecer casos de acoso escolar, por ejemplo?
No. Tenemos estudios que comparan la calidad de vida de los niños y niñas antes y después del tránsito, teniendo en cuenta el acoso, el fracaso escolar… y, desde luego, la conclusión es que el cambio es a mejor 100 %. En realidad, cuando están mal y pueden ser víctimas de acoso es antes del tránsito, porque no son ellos mismos. Pasan de ser el niño del rincón de la clase que intentaba pasar desapercibido a ser niñas felices que se ponen en primera fila en el festival de Navidad. También mejora el ambiente familiar, porque los niños son mucho más felices. Es impresionante ver las fotos antes y después del proceso de aceptación. Para las niñas trans, muchas veces, el día más feliz de su vida es cuando se van con sus padres a comprarse vestidos. De ahí viene nuestro nombre de Chrysallis, de que salen de la crisálida y se convierten en mariposas.
¿El tránsito es más fácil en sitios pequeños como este?
Depende. A mí me hace gracia cuando me llaman las familias por primera vez, porque siempre piensan que su caso es el más complicado. Tienen miedo y les preocupa vivir en un municipio pequeño, vivir en una gran ciudad, que el colegio sea demasiado grande o demasiado pequeño, que sea concertado… Y luego resulta que no pasa nada en ningún sitio: tenemos niños que han hecho su tránsito en un colegio concertado religioso, aunque cueste esfuerzos.
Tomado de eldiario.es/
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