Derechos Humanos, “El olvido que seremos”
“El olvido que seremos”, la estupenda novela de Héctor Abad, gira en torno a la vida de su padre, un médico liberal asesinado por defender los derechos humanos en Colombia. Una novela hermosa, que por momentos nos recrea la herencia de lo real maravilloso (como cuando describe a las mujeres que “brotaban” a la hora de los rezos, o los locos en un manicomio). Es una novela sobre el amor y el dolor, la familia, los hijos y los padres, la compasión. Y también sobre las contradicciones y las muchas formas de convivencia de las ideas y las prácticas, como ser liberal y conservador (el padre), o conservadora y liberal (la madre). A pesar de ellas, explica el hijo, compartían “un núcleo de ética humana en el que estaban identificados”[1]
La novela cuenta también la guerra interna en Colombia, vivida desde historias familiares, en uno u otro bando. Héctor Abad padre defendía derechos humanos básicos tan elementales como la vida, pero también como el agua o la reforma agraria. Temas que son parte del debate en el actual proceso de diálogo por la paz en Colombia.
El doctor Abad no se consideraba de izquierda, sino liberal. Un “tonto útil” según los paramilitares. Suficiente para matarlo. El día que lo asesinaron, tenía en un bolsillo el poema de Borges Epitafio. “Ya somos el olvido que seremos. /El polvo elemental que nos ignora”: estos versos nos recuerdan nuestra frágil temporalidad. La esencia de la humanidad, el ser al final “todos los hombres, y que no veremos”. Y nos cuestiona también la banalidad de tantos temas.
El médico Abad, a través de su hijo, nos recuerda la lucha esencial por los derechos humanos de las personas.
Y si esa causa es esencial, una se pregunta también por qué no lo es en nuestra campaña electoral. En efecto, la agenda de los Derechos Humanos no es prioritaria. Sí lo son, por ejemplo, el “programa económico” o la “lucha contra la corrupción”.
Una respuesta está, precisamente, en su carácter esencial. En que puede colisionar con el deber ser que pretendemos sigan las personas: deber ser como individuos mismos, o porque su humanidad “colisiona” con nuestro modelo de sociedad.
Así, en algunos casos, las omisiones no son sólo porque “no dan votos” o porque son pocos, poblacionalmente hablando. Es también porque hacerlo es atemorizar a un grupo importante de electores. Los temas en torno a la unión civil de parejas del mismo sexo, por ejemplo, son una “papa caliente” para el político que aspira a ganar una elección. Un importante sector de votantes sigue siendo homofóbico o apenas “tolerante”. “Qué le vamos a hacer, allá ellos”, pero no los vemos como sujetos de derechos. Menos de igualdad ante la ley. Los políticos no sólo temen que ese no sea un tema “atractivo”, sino, lo saben bien, hay un sector de votantes que puede quitarles su apoyo por esa causa y otras, como el aborto en caso de violación.
Por ejemplo, el congresista y ex pastor, Julio Rosas, actualmente en las filas de Acuña (APP), es muy claro: no importa que Acuña haya plagiado tesis y libros; no importa que haya ejercido brutal violencia contra su mujer, o que haya embarazado a una menor de edad; no importa que haya dudas sobre sus ingresos. Según Rosas, los pecados de César Acuña son “cosas del pasado” y, finalmente, menores ante la amenaza de poner en “peligro” a la familia. Su modelo único de familia. Así, hay temas que tienen que ver con el modelo (religioso) de persona y familia. Ciertamente, todos solemos tener ideas del deber ser, muchos siguiendo sus preceptos religiosos, respetables. El problema es cuando se pretende que ello se aplique a todos los ciudadanos y ciudadanas, a través de las leyes, en un país que se supone laico. Modelo de personas que es especialmente estricto en el caso de las mujeres. Para quienes, incluso, la violencia es “comprensible” si salen por las calles “provocando”.
Hay también los derechos “deshumanizados”, como los de los pueblos indígenas. Frente a ellos, está la mirada indiferente. Por ejemplo, que mira a otro lado cuando cientos de ciudadanos indígenas se ven afectados por los últimos derrames en la Amazonía, o sus tierras amenazadas por la tala o minería ilegal.
Peor aún, en el caso de la vulneración de los derechos de los ciudadanos indígenas durante el conflicto armado de los 80 y 90, el olvido se convierte para muchos en una “necesidad de Estado”. Se dice, ellos estaban al “otro lado”, y el país sólo “se defendió”. Resulta incómodo, para esas interpretaciones, el saber que buena parte de ellos fueron dobles víctimas, engullidas en la más feroz tragedia, golpeados y arrastrados por ambos bandos. Aquellas interpretaciones simplistas refuerzan la idea de que esos otros, los indígenas, no son parte del todo de nuestra misma comunidad.
El 1 de marzo, precisamente, IDEHPUCP organizó un diálogo con candidatos al Congreso, en torno a una agenda de Derechos Humanos. Los expositores, que pertenecían a diferentes partidos, mostraron importantes coincidencias. Aunque en algunos temas, al parecer, el camino al consenso es aún bastante largo.
Los Derechos Humanos son una agenda incómoda, justamente, por su carácter esencial. Agenda que interpela nuestro sentido común sobre las personas y nuestra sociedad. Y como recuerda la vida del doctor Abad, no es monopolio de ninguna ideología, sino de una voluntad de justicia.
[1] El olvido que seremos. Barcelona, Seix Barral, 2015, p.113.
Tomado de http://noticiasser.pe/
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