La “ideología de género”: una estrategia retórica conservadora
Por: Angélica Motta[1]
“Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender que “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia” (Conferencia Episcopal Peruana 2016:7).
Hace poco se reimprimió e inició la distribución activa del texto de la Comisión ad-hoc de la Mujer de la Conferencia Episcopal Peruana “La ideología de género, sus peligros y alcances” (2016) como parte de una campaña más amplia que intenta descalificar los importantes campos académicos del género y la sexualidad, sustento teórico del feminismo y de los movimientos por la diversidad sexual y de género.
Se trata en realidad de una estrategia retórica que se viene diseminando de manera global y con particular énfasis en América Latina, donde el género es calificado paradójicamente como “colonización ideológica” por una iglesia impuesta en estas latitudes precisamente en un proceso colonialista. Sin embargo, esta campaña es, en parte, una buena señal para la democracia sexual y de género, ya que la necesidad de atacar debe estar asociada a los avances que, aunque modestos, se van logrando.
Cabe aclarar que “ideología” no es per se una mala palabra[2], sin embargo en el texto del episcopado se utiliza desde la acepción reducida y peyorativa de versión velada o falsa de las cosas. Por tanto, hablar de los estudios de género y sus propuestas teóricas en esos términos es absurdo, pues se trata de un campo sustentado en investigaciones y reflexiones rigurosas, con vasta evidencia espacio-temporal, desde diversas disciplinas académicas.
De manera sencilla, se puede decir que el género es una categoría de análisis que se ocupa de la manera en que diversas sociedades y culturas, a lo largo de la historia, definen lo que es ser hombre y mujer, desde variadas construcciones simbólicas de lo masculino y femenino que organizan la sociedad en el marco de relaciones de poder[3].
Esta propuesta teórica pone en cuestión “esencias” fijas para mujeres y hombres, lo mismo que evidencia el carácter arbitrario de las relaciones de poder entre las feminidades y las masculinidades; asunto que tiene consecuencias políticas importantes. La más temida, por quienes quieren conservar el statu quo jerárquico que nos organiza como sociedad, es visibilizar que las relaciones de poder que existen entre hombres y mujeres y entre identidades y prácticas sexuales pueden transformarse, tal como ha venido ocurriendo en la historia de la humanidad.
Estamos en un momento social y político en que el género y la sexualidad están en particular disputa. Así, no es casualidad que la multitudinaria marcha Niunamenos y la re-edición del mencionado texto sean del mismo mes (agosto 2016). En este contexto, el único recurso al que apelan estos sectores religiosos, es al intento de imponer la idea de una “naturaleza” humana fija y estrecha, en tres aspectos principales: (1) modelo único de familia, (2) “vocaciones”, “talentos” y “capacidades” (pp. 25-26) bien definidos y claramente diferenciados entre hombres y mujeres, destacándose el rol materno como definidor principal de la mujer, y (3) la negación de lo que se sale de estos límites: las diversidades sexual y de género, a las que se patologiza y proscribe el derecho a ser. La estrategia de naturalización de estos estrechos modelos de humanidad es insostenible considerando toda la evidencia de diversidad que ofrecen variadas disciplinas científicas o desde una simple observación a nuestro alrededor.
¿La “defensa” de la familia?
Atendiendo a las enseñanzas del Papa Francisco, que nos advierte del peligro que corre “la imagen de la familia, como Dios la quiere, compuesta por un hombre y una mujer”, debido a que “…la generación y educción de los hijos es deformada a través de poderosos proyectos contrarios, apoyados por colonizaciones ideológicas” (Conferencia Episcopal Peruana 2016:7)
El ataque a la perspectiva de género se presenta como “defensa” de la familia, principal bandera de esta estrategia retórica. Cabe aclarar entonces que una propuesta teórica como el género que contribuye a una democratización de los vínculos entre hombres y mujeres (redundando, entre otros, en nuevas masculinidades, menos violentas y más cercanas al cuidado de otros), lo mismo que al reconocimiento de la diversidad sexual (y por lo tanto al reconocimiento de una diversidad de formas de organización familiar); más bien contribuye a fortalecer los vínculos familiares.
Dice el texto del episcopado que el género “vacía el fundamento antropológico” (p.7) de la familia. Si mostrar evidencia de que los seres humanos tienen una diversidad de formas de organización familiar, más allá de la heterosexual y reproductiva, es hacer “ideología destructora de la familia” entonces precisamente la antropología, sería la mayor ideología. Porque si algo nos enseña la contundente tradición antropológica de estudios sobre parentesco, en casi todos los confines de la tierra, es la inmensa diversidad de organizaciones familiares, incluidas uniones entre personas del mismo sexo. Estas últimas no solo en sociedades modernas pasibles de ser acusadas de “ideología de género” sino también en sociedades tradicionales. Por poner solo un ejemplo, en sociedades africanas patrilineales como los Nandi (Kenia) y los Nuer (Sudán/Etiopía) ha estado institucionalizada tradicionalmente la figura de “mujer-marido” que implica el matrimonio entre dos mujeres biológicas[4] una de las cuales asume rol masculino.
Los estudios históricos serían entonces también pura ideología al demostrar que el modelo de familia nuclear heterosexual monógama es un producto específico de la modernidad occidental. A diferencia de modelos anteriores, este afirma la libre elección conyugal (ideal de amor romántico) y se asocia a una mayor independencia de las parejas de sus familias de origen, pues con la revolución industrial fue posible prescindir de vivir integrado a grupos socioeconómicos familiares. Asimismo, el proceso histórico por el cual el rol maternal de la mujer empieza a ser entendido como derivado de un “instinto” rígidamente depositado únicamente en la mujer se explica en vinculación con las necesidades de control poblacional de los Estados modernos[5].
Visibilizar el carácter histórico y social de los lazos parentales y los roles de mujeres y hombres en su seno y fuera de él, lejos de “destruir a la familia” o “atacar a la naturaleza” muestra la enorme capacidad de adaptación de las instituciones familiares y de los seres humanos. Gracias a esta flexibilidad y capacidad de transformación, por ejemplo, a pesar de aún ser la sociedad peruana sumamente machista, las mujeres hemos tenido logros importantes (en educación y acceso a la participación política por ejemplo) para los cuales fue preciso vencer ideologías naturalizantes, como las que se esgrimían en debates sobre el derecho al voto de la mujer: “la naturaleza ha dispuesto que se imponga trabajo conforme a las facultades de ella”; por tal motivo “le ha asignado el hogar y el dominio de la familia y al hombre le ha señalado también la lucha y el velar por los intereses generales de los pueblos”[6].
Si queremos una sociedad justa y fraterna, las teorías de género y el feminismo no son un peligro sino una necesidad. Peligro, y grande, es más bien la imposición de ideas sobre “naturalezas” fijas y estrechas. Muchos genocidios se han dado en nombre de la superioridad de quienes se creen dueños de verdades únicas. Así, no ha sido raro que extremismos religiosos o políticos hayan promovido el exterminio de personas homosexuales; como en el caso del nazismo y como aquí lo hicieron el MRTA y Sendero Luminoso.
Por una ética laica en la política pública
No se necesita mucha reflexión para darse cuenta de lo revolucionaria que es esta posición y de las consecuencias que tiene lanegación de que haya una naturaleza dada a cada uno de los seres humanos por su capital genético […]. Toda moral queda librada a la decisión del individuo y desaparece la diferencia entre lo permitido y lo prohibido en esta materia (Conferencia Episcopal Peruana 2016: 10)
Frases como la citada y el constante uso de términos como “peligro”/”peligrosa”, desde el propio título del texto, revelan la intención de generar reacciones de pánico moral. Estrategia frecuente de propuestas religiosas y políticas de corte jerárquico y autoritario para reafirmar la hegemonía de su visión del mundo cuando la perciben en riesgo.
En el caso de Colombia, en el reciente plebiscito, posturas contrarias al acuerdo de paz desde la orilla evangélica han asociado dicho acuerdo a los “peligros” de la “ideología de género” para descalificarlo, simplemente por afirmaciones democráticas como prever: “la creación, promoción y fortalecimiento de las organizaciones y movimientos sociales de mujeres jóvenes y población LGTBI”[7] o el uso de lenguaje inclusivo.
Una sociedad democrática y laica no necesita una fuente de validación más allá de la acción humana (ya sea dios o la naturaleza) para definir una ética en cuestiones de género y sexualidad. Contamos con un importante marco de derechos humanos, que siempre podemos ir mejorando en base a principios humanistas, para las políticas públicas. En torno a la sexualidad, por ejemplo, haríamos un gran avance si tomamos en cuenta lo que propone Gayle Rubin: “Una moralidad democrática debería juzgar los actos sexuales por la forma en que se tratan quienes participan de la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta”[8].
Tomado de http://www.iessdeh.org/
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