La libertad, por Carla García
Ya no sé si esté bien escribir su nombre tantas veces en el diario porque quizás eso atenta contra su libertad y su derecho a hacer de ella misma lo que quiera o a dejarse hacer hasta donde esté dispuesta. Cuando aparece su nombre en una noticia tipo “no denunciará a su agresor” o “quiso suicidarse”, no solo pienso en ella sino también en el marido. Me imagino al marido maleante con el que ella va a volver o con quien nunca terminó, culpándola por su exposición mediática. Lo imagino haciéndola pagar por eso todos los días.
A veces se está un poco muerto y no siempre querer es poder. Todos tenemos las manos atadas frente a esa chica que habíamos dado por perdida cuando reapareció y todos pensamos que había una esperanza de rehabilitación física o psicológica para ella. No hay, porque ella no quiere. Se sale de la casa de refugio y se regresa adonde el animal. No han sido suficientes patadas en la cabeza, ni suficientes cortes. Tampoco suficientes humillaciones.
Es probable que, de haberse detectado temprano esa carencia o ese exceso interno que la ha llevado a romperse por dentro, a la adicción y a esa relación enferma, su historia hubiera sido feliz. Los trastornos emocionales o químicos deben dejar de ser satanizados socialmente, porque son tratables. No solo hay que dar atención en salud mental urgente a los adultos, sino también identificar y tratar desde niños a quienes necesitan algún soporte o ayuda, para que tengan una vida buena.
Ahora ella se responsabiliza de sus decisiones, dice el diario de ayer martes. Es una adulta que deja la protección y se larga donde su enemigo. Todo lo que pudieron hacer por ella antes el Estado y su familia no van a poder hacerlo ahora. Se va y nosotros nos quedamos aquí mirando lo que hace con su libertad sin poder mover un dedo, como si estuviéramos un poco muertos.
A todo esto ¿dónde y cómo están los hijitos de Misui?
Tomado de LaRepública.pe
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