No es fobia, es odio
Muchas personas sufren de alguna fobia. A algunas las he visto correr, temblar, inmovilizarse por efecto de alguna cucaracha voladora, no pueden ir, matar o espantar al bicho como lo haría una persona que no sintiera ese terror irracional, sino que se quedan paralizadas, incluso llorando sin control. Por eso cuando escuchamos decir que es por homofobia que han matado a personas LGTB, estamos reduciendo de alguna forma el hecho, escudándolo en una supuesta irracionalidad, en un miedo que no pueden controlar, y por eso sienten que tienen el derecho a asesinar a las personas que rompen con el mandato heterosexual. No es una fobia lo que les hace actuar de esa manera, sino el odio, la aversión hacia la diferencia, un sentimiento que se centra en la destrucción de la otra persona, un intento de desaparecer aquello que les ocasiona malestar, que no logran comprender, que está fuera de sus interpretaciones del mundo, interpretaciones que se han formado en el proceso de socialización, vale decirlo.
En una ocasión, en un parque, un hombre joven veía jugar a su hijo de 4 años y cuando pasó una chica trans, le escuché decir: “prefiero que mi hijo sea ladrón, que maricón”. Ese es el sentido común que persiste en las sociedades sobre la diversidad sexual, los niños y niñas crecen viendo a los otros y otras y otres como lo abyecto, lo despreciable, lo desechable. Pese a los avances legislativos en algunos países, se sigue manteniendo y reproduciendo el odio que puede leerse en la frase de aquel hombre y que resulta inconcebible, pues nos plantea que es mejor para él quien comete un delito. De ahí a decir que lo prefiero asesino hay un solo paso y en medio de ese paso, se van dando cientos de humillaciones, violencias, discriminaciones que atentan contra la dignidad de las personas LGTB, que no les permiten ser, que limitan sus vidas, que las obligan a esconder su orientación sexual, incluso en sus casas, sobre todo en sus casas, donde muchas veces se producen las primeras exclusiones.
Es tu propia familia cercana, la que tiene que protegerte, tu madre tu padre, tu hermana, la que se convierte en la primera verduga, como lo testimonia una joven el en Informe Anual sobre Derechos Humanos de Personas Trans, Lesbianas, Gays y Bisexuales en el Perú 2014-2015: “Mi mamá lo entendió poco a poco, pero mi padre no encontró mejor solución que pegarme hasta que no quedó espacio en mi cuerpo para una marca más. Desde entonces tenía miedo de él.”[1]Otro testimonio nos habla de la violencia de otra familia que no estaba dispuesta a aceptar que su hija sea lesbiana, situación que la llevó incluso a pensar en el suicidio:
“Pensé en matarme y se lo conté a mis padres, pero ellos seguían tratándome con asco, con mucha indiferencia, en comparación con mi hermano. Cada día me sentía peor en mi casa. Un día mi madre me golpeó porque le respondí; porque que le metía muchas cosas feas a la cabeza de mi papá. Fue tanto, que logró tener tanto odio por mí. Un día que estaba borracho agarró un cuchillo y me insultó.”[2]
Odio es lo que puede llevar a una madre, de quien en nuestra sociedad se espera el amor incondicional y la protección a sus hijos o hijas, a decirle a su hija que preferiría verla muerta que verla “como una machona”, agregando “te mandaría a violar con cualquier pandillero, para que dejes de hablar tanta estupidez”.[3] Odio es lo que encierra una amenaza de este tipo, tanto odio anidado por lo que considera anormal y que puede ser corregido, odio que ha sido permanentemente alimentado por las iglesias, la escuela, la familia, hasta hacer de una madre, de un ser humano, el monstruo que es capaz de pensar que una violación sexual a su hija sería lo mejor para ella, para que deje de ser lo que no quiere que sea, es decir ella misma.
Acoso, violencias, burlas, humillación, discriminación, invisibilidad, persecución, son situaciones que toda persona LGTB vive, en algún momento de su vida o toda su vida, lo que muchas veces hace que tomen la determinación de acabar con ella, cuando ya no se puede resistir tanta presión, como aquel niño en Iquitos, a quien el padrastro le rapó el cabello cuando descubrió que era homosexual. Tenía solo 12 años, dejó una nota que solo decía “Odio a mi padre, por culpa de él me estoy matando. Gracias.”[4] ¿Qué pasaría por su cabeza cuando agradece? ¿Por qué agradece?
En el país, desde el 2008, se han cometido 99 crímenes de odio, cada uno más execrable que el otro, y según el Informe Anual sobre Derechos Humanos de Personas Trans, Lesbianas, Gays y Bisexuales en el Perú 2015-2016, entre abril del 2015 y marzo del 2016, se asesinaron a 8 personas LGTB entre abril del 2015 y marzo del 2016, se asesinaron a 8 personas LGTB. Hace un par de semanas, Zuleimy,una chica trans de solo 14 años,fue asesinada en Trujillo de 4 balazos, tres de ellos en la cabeza, asesinato que se sumará seguramente a la larga lista de crímenes de odio impunes.
Vale recordar que en el 2013, el Congreso de la República se negó a dar una ley contra los crímenes de odio, rechazando una propuesta, con el voto en contra y abstenciones de 73 congresistas, algunos de los cuales presentaron una vergonzosa argumentación para justificar tal negativa. Por ello sorprende, impresiona e indigna que este mismo Congreso, frente al terrible asesinato de 50 personas, la mayoría latinas, en un bar gay de Orlando el sábado último, pida un minuto de silencio por las víctimas y que, poco antes, tanto el Presidente de la república como la congresista Luz Salgado emitan sendos tuits de solidaridad con el país del norte y con las familias que sufren tanto dolor.No es que no se deba tener toda la solidaridad, con tantas familias lastimadas por el odio de un hombre. Al contrario, duele tanta vida arrancada,hermosas vidas de hermanos, hermanas, hijos, hijas, profesionales, novios, novias, hijos con sus madres, amigos que se amaban, personas que buscaban la felicidad, en ese momento mágico cuando bailamos salsa, merengue o una bachata, en esa música que nos mueve a la gente latina, que nos hace vibrar, que nos enamora. Nos duele, nos lastima tanto odio. Por eso también duele la hipocresía de aquellos que, pudiendo actuar para evitar tanto dolor e impunidad en el país, no han hecho nada o se han opuesto a legislar sobre los crímenes de odio y ahora muestran una solidaridad que más parece aprovechamiento mediático de la desgracia.
Mientras tanto, sigue manifestándose el odio de personas, algunas muy visibles, que no tienen ningún resquemor en mostrarlo a la prensa, como el periodista Phillip Butters, quien en alguna ocasión dijo que le sería muy molesto y actuaría agresivamente si viera a dos personas del mismo sexo besándose. “Yo te digo una cosa, así para terminar, yo por la mañana voy al nido de mi hija y si veo a dos lesbianas u homosexuales chapando, les pido por favor que se vayan a la primera y segunda, a la tercera ya los estoy pateando”, declaró. Es de mencionar que Omar Mateen, el asesino de Orlando, al parecer estaba molesto por ver a dos gays besándose, según declaró su padre. “Se estaban besando y acariciando. Lo estaban haciendo frente a mi hijo,” le habría dicho, siendo una demostración de afecto contradictoriamente el disparador de tanto odio.
Con las distancias del caso, en Lima también hemos sido testigos hace unos días de cómo una demostración de afecto de dos chicas en la vía publica desató la rabia de una mujer, que acude también al uso del mal ejemplo a los niños. Para ella, el afecto resulta más mal ejemplo que su odio. «Si sale acá la ley, sales perdiendo porque no es de personas coherentes, de sano juicio, besarse ante personas mayores y niños, dando un mal ejemplo y confundiendo sexualmente y psicológicamente», gritaba la mujer, la que odia. La que arguye la ley como factor para perder, la que nos habla del mal ejemplo en sus increpaciones nos remite a la justificación del asesino de Orlando y a las voces de tantos otros y otras que, sin decirlo, justifican la violencia, voces que son como las ráfagas del arma que rompió la noche y arrancó la vida de tantos y tantas.
Basta de solo lamentar las vidas arrancadas, poner corazoncito o la bandera del arcoíris en los muros en Facebook. Es hora de que nos comprometamos realmente a defender el derecho a la vida de todos, todas, todes, a desterrar el odio, a denunciar en todo momento sus expresiones más pequeñas, a dejar de reírnos por los chistes que discriminan a las personas LGTB, a dejar de seguir, escuchar, apoyar, y más bien denunciar cualquier programa, religión, partido, persona pública que incentive el odio. Mientras tanto, que paren todos los relojes, como escribió W.H. Auden, “empaqueten la luna y desmantelen el sol, vacíen el mar y barran los bosques, pues nada ahora podrá ser como antes”.[5]
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[1] Red peruana LGTB, PROMSEX, mayo 2015, p. 76.
[2] Ibíd., p. 81-2.
[3] Ibíd., p. 86
[4] Ibíd., p. 75
[5] Wystan Hugh Auden, «Funeral Blues», 1936.
Tomado de NoticiasSER
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