Un pasito adelante, un salto para atrás
Son las 8 de la mañana. Ya empieza el movimiento en un día caluroso, en esta Lima veraniega. Una adolescente, con su short y una pequeña blusa que deja descubierta su barriga, camina presurosa, intentando alcanzar el verde del semáforo. Un anciano, parado en la misma calle, sin camisa, agobiado por el calor seguramente, la ve pasar, la sigue, le dice: “Muñequita linda”. La chiquilla se asusta y apresura el paso. No alcanza a decirle algo o quizá no puede. El viejo se queda mirándola sonriente, como si hubiera logrado la gran hazaña del día.
Situaciones como ésta y otras muchas hemos vivido las mujeres en los espacios públicos. Todas tenemos una historia que contar, una rabia que compartir y quizá una actitud heroica que narrar, en aquellos casos en que alguna tuvo la fuerza para reaccionar y cachetear o golpear al acosador. En las reuniones de mujeres, no importa la edad, cuando alguna empieza a contar una historia de acoso, es como si se abriera un dique: Las historias salen a raudales. De uno que nos metió la mano o de otro que disimuladamente roza su pene en nuestro hombro, en el bus lleno; o de aquel otro que se abrió el saco y nos mostró su pequeñez.
Es cierto que el acoso puede darse a cualquier edad, pero es de una enorme intensidad en la adolescencia y en la juventud de cualquier mujer, y es realizado por hombres de todas las edades, solos o en grupos; hombres que han aprendido, en su socialización, que las mujeres somos objetos para ser mirados, para ser tocados o ser propiedad de alguno que decida que puede violarnos desde muy pequeñas y, si eso ya no es posible, pues matarnos, como le sucedió hace unos pocos días a Natalia, de tan sólo 15 años, que fue asesinada por el padrastro, de quien se sabe que abusaba de ella desde hacía mucho tiempo.
No hay estadísticas precisas del acoso, porque la mayoría lo sufrimos cotidiana y calladamente y sólo hablamos de él como anécdota, y silenciamos la bronca, la procesamos de algún modo y hasta vamos asumiendo que esto es parte del riesgo de ser mujer en nuestros países. Por ello, no deja de alegrarnos que la ley contra el acoso callejero, debatida en el Congreso y presentada por iniciativa de la congresista Rosa Mavila, haya sido aprobada por un número significativo de los y las congresistas. En esta ley, se define como acoso callejero a “la conducta física o verbal de naturaleza o connotación sexual, realizada por una o más personas, en contra de otra u otras, que no la desean y rechazan, por considerar que afecta su dignidad y sus derechos fundamentales, como la libertad, integridad y el libre tránsito, creando en ellas intimidación, hostilidad, humillación o un ambiente ofensivo en espacios públicos”. Se introduce el acoso sexual como delito, lo que ha provocado algunas airadas protestas y señalamientos de que la ley no cambiará nada y que lo más probable es que todo siga igual, o de algunos que señalan que un piropo en la calle es una forma de decirle a una mujer que está linda, sin que ella se lo haya pedido, por supuesto, o necesite de estas reafirmaciones, mientras otros señalan que supuestamente a algunas nos gusta.
Por supuesto que el hecho que se dé una ley no va a cambiar las concepciones de género que nos cosifican y nos visualizan como si no tuviéramos vida, derechos, y sólo fuéramos cuerpos para el disfrute masculino. Ejemplo de ello es la ignominiosa intervención del congresista Martín Belaúnde, cuando en su argumentación contra la aprobación de la ley dijera: “Vamos a tener las cárceles llenas de delincuentes por el terrible delito de mirar con persistencia a una bella mujer. ¿Qué vamos a hacer en las playas? ¿Qué vamos a hacer cuando miremos los maravillosos bikinis que Dios y la naturaleza nos prodigan?”[1] Somos bikinis, no personas con derechos. Somos dadivas divinas para los hombres, para su disfrute, con el favor de Dios, según el congresista, quien con su inflamada oratoria en contra, provocó la risa de la platea; risitas cómplices, risitas nerviosas, casi clandestinas, de algunos, pero que son expresión de la banalización que se hace de la problemática de las mujeres. Pensé, entonces, en el viejo que agredió tan temprano a una adolescente, y en cómo, con este tipo de discurso de un “Padre de la Patria”, se avala este comportamiento. ¿Pensaría lo mismo si fuera a su nieta a quien agredieran de ese modo?
En todo caso, lo cierto es que la ley se aprobó con 76 votos a favor y sólo dos abstenciones, y aunque aún hay un camino por recorrer para que se aplique, como sucede con muchas otras leyes, lanza a la sociedad un mensaje de cuestionamiento a este tipo de acciones, pone en tela de juicio el orden de género establecido, la cosificación de las mujeres. Le apunta a ese marco interpretativo instalado y nos dice también a las mujeres que el acoso no es nuestra culpa, por vestimos, caminar, salir o vivir de tal o cual manera, sino una problemática social que debe enfrentarse, y no solamente con una ley, por cierto.
Cuando ya estábamos descansando, luego de la larga marcha por el 8 de marzo, en la que nos solidarizamos con Máxima Acuña y la lucha que viene dando contra el acoso de la minera Yanacocha –porque los acosos que vivimos las mujeres no son sólo callejeros–, nos llega la noticia de que el proyecto de ley del congresista Bruce, que planteaba la unión civil entre parejas del mismo sexo y que se debatía en la Comisión de Justicia del Congreso de la República, fue archivado. Este proyecto tenía como fin el reconocimiento de los derechos de dos personas del mismo sexo que se aman, que están construyendo una vida en común y dentro de esa vida, adquieren bienes, propiedades, o puede que no, pero, sobre todo, adquieren el derecho –que sigue siendo negado– de hacer camino juntas, aunque una no tenga “dónde caerse muerta”, como se dice popularmente. Porque el amor y la vida en pareja no se tratan de propiedades o de bienes gananciales o de herencia, o no sólo de eso, que también es importante que se garantice, sino de la certeza de que hay una persona que está dispuesta a acompañarte en los más difíciles momentos. Se trataba, entonces, de contar con mecanismos de protección y de la posibilidad de decidir sobre lo que les pertenece, o en casos de enfermedad, de poder cumplir los deseos de la pareja, y de tantas otras cosas que hacemos en la vida en común, y que sin derechos llena de incertidumbre.
Fueron siete los congresistas que votaron en contra –Juan Carlos Eguren, del PPC-APP; Julio Rosas y José Luis Elías Ávalos, de Fuerza Popular; Agustín Molina, Martín Rivas Texeira y Rubén Condori, de Gana Perú, y Marco Tulio Falconí, de Unión Regional–, con los más variados argumentos, entre ellos el del congresista Rosas, que nos dice que: “Hemos defendido a la familia peruana, a la familia natural, que es base y fundamento de la sociedad.” ¿A qué familia “natural” se referirá el congresista, cuando dice “la familia natural corresponde a las ciencias naturales, no a las ciencias sociales, una institución de un hombre y una mujer”? Luego continúa con una disertación que no puede sino dejarnos estupefactas: “He escuchado hablar de ‘la modernidad’, como si la homosexualidad fuera sinónimo de la modernidad. Esto de la homosexualidad tiene miles de años. [Hubo] En la Grecia antigua, en la Roma antigua. [El emperador] Nerón tuvo relaciones sexuales con su tercer esclavo, Pitágoras. Se casó con él y lo convirtió en emperatriz. ¿Nerón es moderno?”[2]Qué rabia, pena y vergüenza que tengamos este tipo de congresistas, que deciden sobre nuestras vidas y nuestros derechos, mientras hace poco Chile, nuestro vecino país, conocido por su conservadurismo, y donde hasta hace muy poco años ni siquiera existía el divorcio, aprobó la Unión Civil para personas del mismo sexo. Y en Ecuador, desde el 2014, se puede hasta registrar la unión de hecho en la cédula de identidad.
No cabe duda de que en el país, cuando damos un pasito adelante, la alegría no nos dura mucho tiempo, pues casi de inmediato viene algo que nos lanza hacia atrás, como ha sucedido con el archivamiento de la propuesta de ley. Pero la realidad existe, hay miles de familias que no tienen nada que ver con el formato heteropatriarcal: Mujeres que viven juntas, en pareja, y crían hijos o hijas; hombres que se aman y desarrollan sus paternidades en esa relación; parejas del mismo sexo que no quieren hijos y que se consideran familia; parejas que pagan sus impuestos, aportan al país con su trabajo y su creatividad. La realidad existe, señores congresistas, sólo que por su fundamentalismo religioso, sus dogmas, su conservadurismo, se niega los derechos plenos a miles, millones de personas en el país. Como en toda lucha por los derechos, una negación no es sino la inyección para continuar luchando por una sociedad igualitaria, más democrática, con plenos derechos para todos y todas. Como dice el colectivo Unión Civil en su Facebook: “Hoy nos vamos por todo, porque es lo justo, porque lo merecemos. Hemos cerrado un capítulo, pero hemos abierto otro, uno por la IGUALDAD PLENA”[3] ¡Vamos por más!”
[1] “Congresista Martín Belaúnde: ¿Qué vamos a hacer cuando queramos mirar bikinis?”, vídeo publicado por Willie Vasquez, el 5 de marzo del 2015. https://www.youtube.com/watch?v=imLVkYE2vno&feature=youtube_gdata_player
[2] Julio Rosas: Archivamiento de unión civil defiende a la familia http://elcomercio.pe/politica/congreso/julio-rosas-archivamiento-union-c…
[3] https://www.facebook.com/unioncivilya?fref=nf
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